Desafiando las estrictas políticas migratorias del Gobierno de Donald Trump, el movimiento santuario que ofrece refugio a inmigrantes en iglesias, se ha duplicado y convertido en una opción de permanencia para indocumentados que tienen órdenes finales de deportación.

Las iglesias santuario siguen aumentando para proteger a los indocumentados.

De acuerdo con la entidad humanitaria Church World Service, el año pasado antes de que el presidente Donald Trump ganara las elecciones, había unas 400 iglesias declaradas como santuarios en el país. Actualmente los templos que se han proclamado refugios alcanzan los 800.

Sin embargo, pese a la oferta de tantas iglesias santuario solo unos cuantos se han acogido al refugio.

Tras no obedecer una orden de salida del país, prevista para el pasado 20 de julio, la guatemalteca Nury Chavarría, de 43 años, se refugió en la Iglesia de Dios Pentecostal de New Haven, Connecticut.

Menos de una semana después, la oficina del gobernador de Connecticut, anunció que el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) podría revisar el caso de Chavarría, madre de cuatro hijos ciudadanos, que ha vivido en Estados Unidos durante 24 años.

La mexicana Rosa Sabido, de 53 años, también decidió acogerse a esta protección en la Iglesia Metodista Unida de la pequeña localidad de Mancos (Colorado), después de que las autoridades migratorias le ordenaron que se fuera del país.

Son muchas las organizaciones civiles que están en contra de las medidas migratorias de Trump.

Durante 30 años Sabido ha estado indocumentada en el país, y durante los últimos cinco años había renovado su estadía temporal anualmente, pero con la política de mano dura de Trump le negaron definitivamente la extensión.

Carolina del Norte también se ha sumado al movimiento de iglesias santuario como escudo para familias en riesgo de separación, en un estado donde se están realizando capturas continuas de ICE para la expulsión de indocumentados del país.

En los últimos tres meses, líderes de fe de las ciudades de Greensboro y Durham han dado refugio a la guatemalteca Juana Luz Ortega Tovar, la mexicana Minerva Cisneros y el salvadoreño José Chicas, todos con órdenes finales de deportación y con fuertes lazos familiares en las localidades donde han residido.