FILED - Siempre hay dos modos de verlo: la copa puede estar a medio llenar o a medio vaciar. El tema es cómo encontrar un equilibrio, sobre todo cuando uno tiende a ser pesimista. Foto: Florian Schuh/dpa-tmn

Por Sabine Maurer (dpa)

Parece inevitable, porque la definición del diccionario ya lo dice todo: un pesimista es quien «propende a ver y juzgar las cosas por el lado más desfavorable». Es más, los pesimistas suelen atreverse a hacer pocas cosas, a dudar mucho y a quedarse pensando en las derrotas, algo que les pesa mucho en su vida diaria y suele convertirse en un espiral que no tiene freno. ¿Se le puede poner límite a esa tendencia a la baja?

Los pesimistas se sienten mucho más inseguros y, al dudar de todo, suelen tener peores trabajos y relaciones personales no tan satisfactorias. Eso lleva a que su mal humor aumente más aún y confirme en su visión desconsolada de la vida. Una vez que la persona se atasca en ese lugar, suele ser mucho más vulnerable a las enfermedades.

Pero no es tan fácil dividir el mundo en optimistas y

pesimistas. El psicólogo Hans Onno Röttgers dice que uno tiene que imaginar algo así como una escala. En una punta, explica, está la depresión. En la otra puede estar la manía, algo que se da cuando la persona ya no tiene ningún tipo de noción de la realidad. Ambos extremos son enfermizos, y las personas normales suelen moverse en la franja central de esta escala de extremos. Algunos están más cerca de una punta, los otros, de la otra.

Los pesimistas «son más cautos, se preparan mejor ante posibles peligros o directamente los evitan», explica el psicoterapeuta Rolf Merkle, quien al mismo tiempo señala que, con ese comportamiento, los pesimistas se pierden de muchas cosas que podrían ser nuevas experiencias y traerles alegrías.

¿Por qué hay gente que va por la vida con ese ánimo? Existen muchas razones, y son complejas. Algunos estudios indican que podría existir cierta predisposición genética al pesimismo, «pero hay algo que está claro: lo decisivo son las experiencias de vida de la infancia temprana», dice Röttgers.

Existe algo que los expertos llaman «indefensión aprendida». Se da cuando un niño aprende que no tiene ningún peso para lo que sucede a su alrededor. Esa actitud también se puede generar cuando los padres les están muy encima a los niños, advirtiéndoles todo el tiempo de los riesgtos que corren al hacer tal o cual cosa.

Pero todos podemos aprender en la vida, incluso aunque estemos entrados en años. El optimismo también se puede aprender. «Un buen paso es lograr cierta neutralidad o equilibrio en las cosas que uno piensa», explica la coach Elke Nürnberger. Otro aspecto en el que ella recomienda trabajar es la concentración en el momento presente, es decir, no pensar en el horror que puede llegar a ser el futuro ni estar pensando una y otra vez en las experiencias malas del pasado.

Si uno vive en el presente y se pregunta: «¿Cómo es en este momento mi situación?» probablemente la respuesta será: «Está bien».

Otro consejo es que, si a uno se le vienen a la cabeza ideas que le generan temor, puede buscar el polo opuesto, el pensamiento contrario. Suena muy sencillo y tal vez poco efectivo, pero imagínelo por un momento e intente concentrarse en el opuesto de ese pensamiento «feo». Retenga ese opuesto, imagínelo, complételo y notará el cambio.

Otra posibilidad es ver cómo se manejan los optimistas, que suelen sobrellevar bastante bien las frustraciones o derrotas y celebran muchísimo sus logros. Siempre piensan que estuvieron bien.

Y por último, un punto no menor: los pesimistas deberían evitar estar en compañía de otros pesimistas, porque se refuerzan en lo que creen y hacen que cualquier cambio resulte sumamente pesado.

dpa