Los republicanos preparan la artillería contra Hillary Clinton. El proceso para elegir un nominado puede ser largo, pero tienen claro que, pese a sus dificultades ante el otro aspirante demócrata y vencedor el martes en la primaria de New Hampshire, el senador Bernie Sanders, ella es la máxima rival.




En debates y mítines, dicen que la descalifica el uso de emails privados cuando era secretaria de Estado y su respuesta al asalto en 2012 a instalaciones estadounidenses en Libia. Insinúan que será inculpada y no podrá ejercer el cargo presidencial. El proceso de deslegitimación de Clinton ha comenzado.

Es habitual que los candidatos de cada partido, además de competir entre sí por la nominación, ataquen al favorito o los favoritos del partido rival. Es menos habitual que, como hacen ahora los republicanos, deslegitimen a la favorita demócrata antes incluso de que sea la nominada.

Hace unos días, durante un encuentro con votantes en el pueblo de Bedford (New Hampshire), el senador por Florida Marco Rubio, candidato republicano, abrió el turno de preguntas. Un militar de la Air Force retirado, Bill Utrera, le pidió a Rubio que se comprometiese a no indultar a Clinton si salía elegido presidente. “Creo que en realidad su plan es indultarse a sí misma”, respondió el candidato.

Acabado el mitin, mientras Rubio firmaba autógrafos y se fotografiaba con sus seguidores, Utrera explicó que en su etapa como militar había manejado información top secret y dijo sobre Clinton: “Será inculpada. Debería ir a prisión”.

La certeza la expresan estos días muchos votantes republicanos y se escucha, como una verdad indiscutible, en programas de la radio conservadora.

Los críticos de Clinton cuestionan, primero, el uso por parte de la candidata, cuando era secretaria de Estado de la Administración Obama, de un servidor privado para enviar correos electrónicos relacionados con su trabajo. Algunos contenían información comprometida. El FBI abrió en verano una investigación.

El segundo frente afecta el ataque de Bengasi (Libia) el 11 de septiembre de 2012, en el que murieron el embajador de EE UU, Christopher Stevens, y otros tres estadounidenses. Los críticos achacan a Clinton fallos en la previsión y la acusan de reaccionar mal y de ocultar información tras el atentado.

En ambos casos, el de los correos electrónicos y el de Bengasi, las investigaciones del Congreso han sido infructuosas. Pero los republicanos han convertido estos episodios —no las diferencias ideológicas, ni siquiera la personalidad de la candidata, sino directamente su integridad personal— en el eje de la campaña.

El presidente Barack Obama, demócrata como Clinton, también ha sufrido campañas de desprestigio, pero estas se han producido cuando ya era presidente, o como mínimo cuando había sido nominado. Cuando, en la campaña de 2008, algunos votantes se hicieron eco de la falsedad de que Obama era árabe o musulmán, o dijeron que temían que llegase a la Casa Blanca, su rival republicano, John McCain, intervino: “El senador Obama es una persona decente, no hay que tener miedo de que sea presidente de Estados Unidos”.

Los Clinton —Hillary y su marido, Bill, presidente entre 1993 y 2001— cargan con las dudas sobre su integridad desde los años noventa, e incluso antes: desde que él era gobernador de Arkansas. El presidente Clinton fue sometido a un proceso de destitución tras desvelarse su relación extramatrimonial con una mujer más joven. La sombra de los escándalos, falsos o verdaderos, sumada a una animadversión casi visceral por parte de sectores de la derecha, planea sobre el matrimonio. Lo llaman el gap de la credibilidad, la brecha que lleva a muchos estadounidenses, no sólo republicanos, a desconfiar por sistema de Hillary Clinton.

El senador Sanders, rival de la ex secretaria de Estado en la nominación demócrata, ha evitado entrar en el debate sobre Bengasi y los correos electrónicos, pero la candidata no ha podido impedir las preguntas de los votantes en foros públicos. “Es absurdo”, respondió en un foro reciente en New Hampshire.

Apelar a las bases

Los republicanos se pelean entre ellos por atraer a los votantes durante el proceso de nominación, que culminará en verano. En esta campaña se trata de ser el más conservador para apelar a las bases del partido. En paralelo, se esfuerzan por demostrar quién es más elegible: quién está mejor preparado para batir al nominado demócrata.

La derecha no ignora a Sanders. Y menos tras la victoria rotunda contra Clinton en New Hampshire. No hay discurso de Donald Trump, vencedor republicano en New Hampshire o de sus rivales, que no mencione al senador por Vermont.

Su atractivo entre las bases demócratas ha puesto en aprietos a Clinton y ha desplazado el debate hacia la izquierda. Sin él, no se hablaría hoy tanto de desigualdades ni de los abusos de Wall Street.

Pero si los republicanos apostasen por uno de los dos, parece claro que su candidata sería Clinton. En el último debate de New Hampshire, el pasado sábado, mencionaron a Sanders cinco veces. A Clinton, 18.

Todos los republicanos aseguran que es a ellos a quien más teme Clinton. “Soy la última persona contra quien ella querría competir”, dijo Donald Trump. Después añadió: “Suponiendo que se presente…”. Y aquí llega el núcleo de la estrategia conservadora. Algunos lo dicen en voz baja: los problemas legales lastrarán la candidatura de Clinton. La derivada —siempre según estas teorías conspirativas— es que, o bien Clinton será inculpada antes de noviembre, o que busca precisamente lograr la nominación para escapar a la justicia.

Trump lo proclama abiertamente: “Se presenta por un motivo…”, dijo en el debate. “Y es porque los demócratas la protegen”.