Bernie Sanders ganó este martes el pulso a Hillary Clinton en las primarias de New Hampshire. Y cuando subió al escenario a celebrarlo en un instituto de secundaria de Concord, la pequeña capital del Estado, el público empezó a taconear en el suelo como si quiera provocar un terremoto. El sanderismo no ha adquirido la categoría de seísmo, la ex secretaria de Estado sigue favorita en la carrera por la Casa Blanca, pese al tropiezo, pero no le queda duda de que no resultará precisamente un paseo.




El motivo es un veterano izquierdista de 74 años que ha capitalizado el descontento social y arrasado entre los jóvenes, con el que empató en Iowa y ha perdido ahora. No hay terremoto, pero las placas tectónicas se mueven.

La victoria es una inyección de adrenalina para la revolución sanderista, para la izquierda pura, la derivada política del movimiento Ocupa Wall Street, esa versión estadounidense de lo que en España fue el 15-M. Es oxígeno para unas ideas que, en definitiva, hasta ahora se movían en los márgenes de la política americana. Esta noche en New Hampshire, un Estado de 1,3 millones de habitantes y un elevado voto independiente, se convirtieron en corriente central.

Sanders se ha hecho con un espacio ideológico que nadie estaba ocupando en el partido demócrata y es muy consciente de que ha cosechado votos que en otras primarias, en otras elecciones presidenciales, se quedaban en el sofá renegando de la política. Por eso esta noche, con los resultados en la mano, el senador lanzó un mensaje muy claro: “Cuando hay mucha participación, ganan los demócratas, cuando hay poca, ganan los republicanos”.